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sábado, 7 de mayo de 2011

DE COPÉRNICO A NEWTON A DARWIN A EINSTEIN Y A LA REVOLUCIÓN SAI EN LA CONCIENCIACIÓN

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DE COPÉRNICO A NEWTON A DARWIN A EINSTEIN Y
A LA REVOLUCIÓN SAI EN LA CONCIENCIACIÓN

Al Drucker

"The Sai Gazette"

Londres, Julio/Agosto 1987

Introducción
En repetidas oportunidades Bhagavan Baba ha mencionado en Sus discursos a algunos de los eminentes científicos de Occidente que han afectado de manera importante, gracias a su dedicación y su genio, el curso del progreso humano. Son prominentes entre ellos Copérnico, Newton, Darwin y Einstein; los que han constituído el eje de la ciencia occidental en los últimos cuatro siglos; la ciencia que ha llevado al género humano de una era de oscuridad hacia la alta tecnología del siglo XX, pero que también lo ha conducido al borde del aniquilamiento. Uno de los signos del gran drama de este tiempo, el que la mayor oportunidad que se le ha presentado en muchos milenios al género humano de poder evolucionar hacia los más altos logros del espíritu, coincida con momentos de una difundida degeneración moral y de la amenaza de extición total de la raza humana. En gran medida, ha sido la visión del mundo diseminada por la ciencia la que ha producido esta crisis, mas ello también ha puesto sobre el tapete la oportunidad única de la trascendencia hacia los ámbitos más profundos del ser.

El propósito de este artículo es el de explorar el cómo algunas de estas grandes figuras de la historia se conectan con el hilo que representa los principales cambios en la visión del mundo que se han producido a lo largo de los siglos. Este hilo lleva derechamente hasta el presente tiempo de crisis mundial y de trascendental transformación humana, anunciada por la aparición en la escena del mundo del Yuga Avatar, quien conducirá a la nueva generación hacia la edad de oro del espíritu. De lo que hablaremos aquí es, en realidad, de una serie de revoluciones que han transformado la mente humana y que aún siguen haciéndolo.

Antes del florecimiento de la ciencia durante el Renacimiento en Europa, pesaba en occidente, predominantemente, la antigua tradición filosófica griega. Ella sostenía que el hombre constituía la medida de todas las cosas. Pese a que Dos era muy temido y que se Le propiciaba de diferentes maneras, era el hombre y no Dios el que se ubicaba en el centro de la escena. Lo que se idolatraba eran el cuerpo y la mente del hombre. Se consideraba al hombre como el cenit de la creación, el especialmente elegido, en torno al cual giraba toda ella. En sus aspectos más importantes, esta visión del mundo calzaba asombrosamente bien con las doctrinas judeo-cristianas basadas en la Biblia. Pese a que el pensamiento griego era antagónico con el estricto credo monoteísta de los judíos, mostraba, sin embargo, tal atractivo para la razón y las pruebas de los sentidos, que infiltró lentamente tanto el pensamiento judío como el cristiano, hasta que, en los tiempos de Agustín y, más tarde, en los de Aquino, llegó a establecerse firmemente en la doctrina eclesiástica, envuelto en el artefacto de la religión particular que lo adoptara. Nadie ponía en duda que el sol, la luna y todos los planetas y astros de los cielos que se veían rotar en su diario paso en torno a la tierra, eran luminarias creadas como telón de fondo para el magno drama de la vida que se desarrollaba en ella. Con el surgimiento de la Iglesia medieval, todo el mundo se centró en el hombre, glorificado en la forma del Salvador, el Cristo resucitado. Jerusalen se consideraba el epicentro de todo lo que había de ser. La existencia del hombre tenía un propósito, y el total de la creación, con la tierra como su eje, se le había dado al hombre en cuanto un vasto escenario para realizar su destino. Era aquí, bajo el ojo central de Dios, en donde había de pelearse la batalla entre el bien y el mal y llegar a triunfar sobre su naturaleza inferior

Habría sido absolutamente inimaginable que la tierra, sobre la cual habían tenido lugar los titánicos eventos de la creación y en la que se había desarrollado la saga conducente al advenimiento del Cristo. . . que esta madre tierra, en la que se estaban desarrollando todas las profecías bíblicas, no fuera sino un microscópicamente insignificante guijarro en los confines del vasto universo. Una idea tan ultrajante jamás habría podido ser pensada siquiera por la mente medieval; ella habría destruido la base misma de la fe en la primacía de Dios a cuya imagen había sido creado el hombre, en cuyo nombre el hombre reinaba sobre la creación y con cuya gracia el hombre se retiraba a los cielos, después de haber completado honrosamente su administración sobre la tierra. Esto, se creía, constituía lo que era y lo que siempre sería.

Mas, entonces, se produjo la primera de las cinco revoluciones transformadoras de la mente que sacudieron la visión del hombre de sí mismo en relación con el Universo y con Dios. Aún ahora se continúan revelando las implicaciones plenas de estas revoluciones de la concienciación.
Copérnico

La prmera de las grandes revoluciones de la concienciación que fueron provocadas por la ciencia emergente, fue la que podríamos llamar la 'revolución copernicana'. Copérnico era un médico, matemático y eclesiástico polaco, quien era uno del pequeño grupo de almas valientes e innovadoras que iniciaran el Renacimiento en Europa. El nacimiento mismo de la ciencia – o tal vez debiéramos decir su renacer – se le adjudica frecuentemente a la publicación de la teoría heliocéntrica de Copérnico, en la cual sostenía que el sol era el centro de nuestro sistema y que la tierra no era sino como otro cualquiera de los que, entonces, se consideraban astros vagabundos, que giraba en torno al sol en una órbita anual. Esa intuición respecto a la organización de los cielos, constituyó una expresión de genio y, a veces, se la considera como una gran victoria en favor de la verdad y de la investigación científica. Se cree que, comenzando con Copérnico, la ciencia emergente hizo sonar el 'tañido a difuntos' para las numerosas creencias supersticiosas y docrinas religiosas que prevalecían en esa época, las que no tenían base alguna en la razón ni en la experiencia verificable. No obstante, cuando lo observamos en retrospectiva, vemos que, lejos de significar una victoria, el efecto de la revelación de Copérnico representó una catástrofe, porque cortó de golpe las amarras que habían mantenido al hombre seguro en la bahía en la que se había refugiado por mil quinientos años, y le lanzaron al garete por un mar indiferente e infinito, carente de señales conocidas y sin esperanza. El hombre perdió su propósito y perdió su centro. Este fue el efecto a largo plazo de la revolución desencadenada por Copérnico.

Es claro que la expresión de genio y de visión no so suficientes para producir una revolución que transforme la mente. Ello se fue produciendo mucho más lentamente, a medida que el espíritu de los tiempos fuera derivando firmemente hacia el interés popular en la lógica rigurosa y la realidad objetiva reveladas por la ciencia. La revolución de la que hablamos aquí, no culminó realmente sino hasta cientos de años después de Copérnico, aunque tuviera sus comienzos con él, en el siglo XVI. Cuando llegó el momento para uno de esos grandes saltos en concienciaión que a menudo adoptan la forma de una pérdida de la inocencia y la pérdida de la protección y la seguridad, había de aparecer un Copérnico para echar las simientes que habrían de fructificar mucho más tarde., y que estaban destinadas a colocar a la humanidad sobre un largo y solitario sendero, carente de corazón y de luz. ¿Cuál fue el cambio en la visión del mundo que vinculamos con la intuición heliocéntrica de Copérnico? ¿Hacia qué fue lo que condujo eventualmente?

Desembocó en lo siguiente : Nos mostró que no somos sino minúsculos e insignificantes puntos sobre este globo que es la tierra; que esta misma tierra no es sino uno de los planetas menores que orbitan en torno al sol; que el sol no es sino un miembro más o menos ordinario de una gigantesca asamblea de astros que giran dentro de esta galaxia; que esta galaxia no es sino una entre un número increíble de orbes insulares que conforman este universo infinito. De modo que, en cuanto entidades físicas, representamos una parte infinitesimalmente pequeña e insignificante de este universo ilimitado. Muy lejos de ser la entidad más importante del centro mismo del orbe, en esencia no somos nada, y aunque esta tierra, el sistema solar e incluso la galaxia en la que se encuentra inserto, desaparecieran súbitamente sin dejar rastros, el cosmos se vería tan afectado como lo sería una colonia de hormigas si desapareciese uno de sus miembros.

Con la revelación copernicana, el hombre hubo de enfrentarse de súbito a su pequeñez, una pequeñez referida ahora a su relación con la fría materia, en tanto que antes su pequeñez se refería a su relación con Dios. Lejos de ser la medida de todas las cosas, el hombre se había convertido en una medida sin consecuencia alguna. Se había perdido el Hombre, la figura heroica y, con él, también se perdió Dios. En un universo de materia infinita que funcionaba como un vasto mecanismo de relojería, no se seguía necesitando de un Dios, salvo tal vez, para montar el todo y haberle dado cuerda al principio. Una vez en funcionamiento, había leyes ciegas que podían encargarse de todo y se podía prescindir fácilmente de un Dios personal. Y de este modo, Dios se fue perdiendo cada vez más de vista en la conciencia del hombre y, con Su partida, desapareció la grandeza de la visión original, la de un padre-protector preocupado del hombre y que, eventualmente, le conduciría de regreso al hogar. Desde el momento en que no se requería ya de un tal Dios en la nueva filosofía, tanto Dios como el hombre desaparecieron en el ámbito de lo insignificante; se trataba del gran triunfo de la naturaleza por sobre Dios y el hombre. Esta fue la poderosa corriente que hizo despegar a la ciencia y que, por cientos de años, se transformó en su tema dominante. Esta fue la óptica materialista, basada por completo en la materia densa, que constituyó la primera preocupación de la ciencia. Este tipo de óptica estrictamente física puede asociarse con el Annamaya Kosha, el aspecto denso y físico del universo. Se trata de un dominio monótono y carente de corazón, que encierra todavía mucho del mundo en sus garras, una óptica según la cual se le reconoce únicamente a la materia física la facultad de constituir la realidad.

Newton

La segunda revolución de importancia en el ámbito de las ideas que fue provocada por la ciencia y que produjo, de ahí en adelante, una transformación fundamental del pensamiento, fue la revolución newtoniana. Otra vez, como con Copérnico, esta revolución fue iniciada por las brillantes intuiciones de Newton, mas no maduró en plenitud en la mente educada sino hasta mucho tiempo después de él.

Y, ¿cuál fue ese cambio de importancia en la concienciación? El siguiente : Todo lo que sucede allá afuera, en el vasto macrocosmos, sucede exactamente de la misma manera también aquí, en nuestro reducido microcosmos. La misma ley de gravitación y los mismos principios del movimiento que mantienen unido este sistema solar y todas las inmensas galaxias, y que son responsables por el movimiento a gran escala de todo el universo, también son responsables aquí en la tierra por la caída a nuestra falda de una manzana, desde la rama de un árbol ubicada sobre nosotros, en el jardín en que estamos sentados. La sustancia de este gran avance en el entendimiento humano, es que las leyes de la naturaleza son universales. Ellas enlazan lo más grande y lo más pequeño en una malla unificada de conexiones y de relaciones. Podemos ser infinitesimalmente pequeños en comparación con nuestros vastamente mayores hermanos de los espacios siderales, como los planetas, las estrellas, las nebulosas, las galaxias y todas las otras grandes estructuras que habitan en el universo, sin embargo, pese a las inmensas diferencias de tamaño, todos usamos las mismas leyes naturales y seguimos los mismos procesos físicos.

A todo tipo de materia, ya sea grande o pequeña, se asocia la propiedad más sutil de la energía, la que varía desde su forma potencial a su forma quinética, para retornar a la potencial, proporcionando así la base para el contínuo flujo de cambio que le es característico a toda forma de materia. Las formas viejas degeneran y desaparecen y emergen nuevas formas para tomar su lugar, en un río de cambio que siempre sigue adelante. Esta revolucionaria visión dentro del funcionamiento de la naturaleza puede asociarse con el Pranamaya Kosha, aspecto energético del universo.

Esto constituye un significativo paso ascendente en la concienciación del hombre, desde la etapa de la conciencia que consideráramos previamente, en donde éste se veía reducido a sólo un aislado e insignificante punto,

perdido en el infinito océano del tiempo y el espacio. Con esta segunda revolución se revela una magna organización subyacente del universo, ligada internamente por las invisibles cuerdas de la ley natural, a través de la cual se encuentra relacionado todo, lo grande y lo pequeño. Pese a que la Divinidad aún no ha vuelto a entrar en el pensamiento del hombre, se está preparando, sin embargo, el escenario para una toma de conciencia más sutil, a medida que la ciencia avanza desde su anterior baluarte de la materia densa, al descubrimiento de las subyacentes leyes que la gobiernan, y dirige su atención hacia la comprensión de los extremadamente poderosos conceptos de la energía y de los campos de fuerza.
Darwin

La siguiente de las revoluciones de importancia que caracteriza todos estos pasos que va dando la ciencia y que nos hace adelantar otros 150 años por la senda del desarrollo progresivo del pensamiento occidental, es la revolución darwiniana. Su tema principal es el siguiente : No solamente existe una relación y una conexión entre cada objeto a través de todo el vasto universo, debido a las leyes comunes que rigen la conducta de toda materia, sino que también hay una progresiva jerarquía de orden en el universo. Dentro de la gran corriente de cambio que mueve a toda forma individual hacia la disolución y el caos, existe un río más fino que se mueve a una escala de tiempo mucho más larga, y que se abre lentamente paso río arriba. Tiene el efecto de ir cambiando, lenta pero seguramente, todos los patrones o planos, podríamos decir, a partir de los cuales se han creado, en todo el universo, formas similares, haciendo evolucionar estas formas, de manera constante, hacia niveles cada vez más altos de organización. Por ejemplo, toda la materia en los comienzos del universo estaba constituida sólo de hidrógeno y helio simples; luego, a medida que el universo se hacía más viejo, algo de esta materia primaria fue evolucionando hacia los elementos más pesados y la amplia gama de moléculas que conocemos hoy; todo esto es gobernado por un proceso evolucionario que es, universalmente, el mismo en todas partes.

Darwin, por supuesto, estaba tan sólo interesado en la evolución de las especies vivientes sobre la tierra y elaboró la teoría basada en la variación individual y la selección natural, mas estos detalles no tienen mayor importancia en el contexto de lo que estamos exponiendo. Lo que nos interesa es el principio básico de la evolución, el que mantiene su validez tanto para la materia en general, como para la vida e incluso para la información cultural y las ideas. Este proceso hace cambiar lo simple, lo limitado y lo potencial hasta el grande y variado espectro de posibilidades en que se han expresado las formas y en que se han expresado las ideas entre los seres humanos aquí en la tierra. Esta amplia gama de complejidad que encontramos en el mundo de hoy, se ha originado a partir de las formas más simples, llevándonos, por ejemplo, del hidrógeno al uranio; de las amorfas nubes de polvo cósmico a las lunas, planetas, estrellas y galaxias gigantes; de rocas volcánicas a mares y continentes; desde las simples bacterias a lo largo de todo el trayecto hasta la milagrosa manifestación del infinitamente complejo ser humano; de simples gruñidos hasta la más sublime poesía, y desde las más simples herramientas hasta la mecánica de los quanta y la teoría de la relatividad.

Este entendimiento de la configuración dinámica del universo que, paso a paso va conduciendo hacia arriba, en una ordenada progresíon que va de la materia primordial al hombre, quien constituye el logro cumbre del proceso evolucionario, entrega un nivel de toma de conciencia mucho más sutil y más elevado que el proporcionado por las leyes naturales. Porque no sólo entrega un grupo de reglas comunes respecto del comportamiento de la materia, sino que establece una casilla característica, y le asigna un rol con un propósito determinado a cada entidad individual e incluso a cada pensamiento . . . para cada uno hay un sitio en la escala de desarrollo de las formas y las ideas, que progresan desde lo ínfimo a lo magno. Por debajo de la superficie todo es igual; todo está hecho del mismo material y obedece a las mismas leyes. Mas, en cuanto a su manifestación, todo posee su propia singularidad individual. La implicación filosófica de esto, es que en todo lo que existe en el universo no hay solamente materia y energía, sino también conciencia y propósito. Por así decirlo, todo está vivo y el universo todo podría considerarse como estando integrado y constituido como un vasto organismo que crece, que cambia, que se desarrolla y que, eventualmente, se desintegrará.

Cuando vemos las cosas desde esta óptica, se hacen gradualmente más difusas las demarcaciones entre la física, la astronomía, la química, la biología e incluso la psicología. Nos comenzamos a interesar más por la dinámica del todo y menos por el ir reduciéndolo a partes definibles. Esto lleva, naturalmente, hacia un pensar ecológico, que vincula entre sí la amplia gama de posibles experiencias de lo que constituye la naturaleza y de nuestra existencia dentro de ella. Todo esto representa una verdadera revolución en el pensamiento científico establecido, pero que se está infiltrando lentamente en la toma de conciencia de la nueva generación.

Este nivel de entendimiento lo podemos asociar al Manomaya Kosha, el áun más sutil aspecto mental del universo. En este nivel, la ciencia comienza a desviar su atención hacia el plan central, el principio organizador por sobre todo, que unifica las diversas manifestaciones que han tomado forma en un todo coherente. Por ejemplo, en las ciencias de la vida descubrimos el código genético, el patrón informático que le es común a todas las formas vivientes, dentro de las cuales los mensajes grabados en el ADN se expresan como todos los diferentes organismos que se encuentran sobre la tierra.

Cuando se despliega ante nuestra vista la belleza, el complicado ingenio, el florecimiento progresivo de exquisitas formas a través de todo el universo, como diferentes escenas entretejidas en un inmenso tapiz, se va haciendo cada vez más difícil negar la existencia de una inteligencia subyacente, de una conciencia o espíritu cósmico por cuya volición ha surgido esta imponente y maravillosa creación. "¿Cómo pudo haberse producido todo ésto sin un hacedor?", nos preguntamos. Viene a ser como recordar un sueño particularmente vívido y preguntarse

sobre quien lo dirigió, o el ver un llamativo complejo de edificios y preguntarse sobre quien es el arquitecto. Detrás

de los planos debe haber, con toda seguridad, un diseñador. No obstante, en el caso del mundo el diseño se encuentra tan intrincadamente equilibrado y las leyes están tan ingeniosamente concebidas, que el planificador maestro puede mantenerse totalmente oculto y sólo la belleza, el poder, ls exquisita gama de su genio y la delicadeza del diseño revelan la posibilidad de una tal presencia.

Mas había de producirse aún otra revolución en la toma de conciencia antes que el espíritu comenzara a mostrarse de maneras inexplicables a medida que la ciencia se iba acercando al redescubrimiento de la eterna verdad que le era conocida a los antiguos videntes.
Einstein

Y así llegamos a la última de las revoluciones científicas, una que hizo su aparición en el siglo XX y que ha sido tan radical como las anteriores en cuanto a cambiar la visión tanto externa como interna del hombre. Podemos llamarla la revolución einsteiniana, aunque Einstein mismo habría objetado algunas de las conclusiones que pueden ser derivadas de ella. Por ejemplo, él nunca se mostró de acuerdo con muchas de las ramifinaciones de la teoría de los quanta. Sin embargo, él, mucho más que cualquier otro, es responsable por las amplias implicaciones filosóficas de la revolución que la nueva física produjera en el pensamiento.

¿Cuál es esta nueva visión? La siguiente : Que todo lo que percibimos con nuestros sentidos y que tratamos de analizar y de clasificar dentro de relaciones y de leyes, tiene que ver con un mundo relativo . . . un tipo de juego fantasmagórico de nombres y formas que fluyen todos en una corriente de espacio – tiempo. Todo fluye, todo está atrapado en esta gran corriente. En este mundo relativo no hay absolutos. El tiempo y el cambio dominan cada fenómeno. No se puede encontrar en parte alguna marcos de referencia fijos. No existen objetos que puedan considerarse de manera independiente a los sujetos observadores. No hay eventos que puedan ser percibidos de la misma manera por todos los observadores, y existe una incertidumbre irreductible que impide la posibilidad que alguna vez lleguemos a conocer todas las propiedades fundamentales de los diferentes fenómenos que experimentamos e investigamos. Esta incertidumbre se encuentra entretejida en el hilado del universo mismo; nada puede considerarse como absolutamente cierto. El todo no puede llegar a ser reducido, en último término, a un conjunto de bloques de construcción básicos. A escala cósmica, la materia puede perder forma y volverse energía pura y puede, luego, remanifestarse en una forma nueva. Nada es sustancial; todo es una danza.

Descubrimos que, en última instancia, cada uno de nuestros intentos por fijar la naturaleza y por codificarla hasta en sus más finos niveles, fracasa. Es como si la naturaleza se escurriera por entre nuestros dedos como arena y nos quedamos sin sustancia alguna, aferrados a nada. No obstante, hay una verdad básica de existencia que resulta innegable; aunque aparentemente no se la puede encontrar en los análisis y las descripciones de los fenómenos ni en la recolección de los hechos. Sólo en el clarificado intelecto científico mismo, cuando se ha despertado su facultad intuitiva y llega a inspirarse, es donde se produce el mayor progreso en el entendimiento, porque parece que se conectara a las fuentes del conocimiento que quedan fuera de sus poderes mentales normales.

Un momento así se le presentó a Einstein en 1905, cuando emergieron de su fértil mente, sin que recurriera a la experimentación, una serie de descubrimientos de la más profunda consecuencia y que hicieron época. En términos vedánticos, diríamos que había llegado a sintonizarse con el Chittakasha y el Chidaakasha, los vastos mundos mentales que son depósitos de todo el conocimiento, bancos de datos – podríamos decir – que guardan la sabiduría de todos los tiempos.

La concienciación subyacente comienza a darse a conocer en la despertada intuición del hombre por vías curiosas y, a veces, sorprendentes. Si volvemos nuestra mente hacia el mundo y sus problemas, esta facultad se retira y el problema se hace intratable; mas si nos concentramos en la conciencia pura, con exclusión de todo lo demás, se revela esta concienciación y los problemas comienzan a disolverse. Llegamos a darnos cuenta que es nuestro proceso pensante y la voluntad que lo gobierna los que que configuran la realidad que percibimos y comprendemos.

Existe un principio en la mecánica de los quanta que trata de los fenómenos complementarios, en donde la ocurrencia de un estado excluye la ocurrencia de otro. Por ejemplo, una de las curiosas propiedades de la física atómica es que cuando se monta un experimento para medir la posición de un electrón, éste se manifiesta como una partícula; si el experimento se monta para medir su velocidad, entonces se manifiesta como una onda . . . el estado de la partícula es determinado por el modelo experimental del observador. De manera similar, el principio de complementariedad parece ser aplicable en un sentido mucho más amplio a nuestros intentos por comprender al universo.

Si tratamos de entender al universo buscando analizarlo y reduciéndolo a pedazos, entregará algunos de sus secretos sólo de manera muy lenta y tortuosa. Si, en cambio, nos concentramos en la fuente de nuestro pensar y nos abrimos a la inspiración que proviene de canales internos, entonces aquel inalterable absoluto que hemos estado buscando afuera, en la naturaleza, se dará a conocer por sí mismo dentro de nosotros y nos revelará sus mayores misterios. Pronto llegaremos a darnos cuenta que impregna todo este mundo manifestado, en cuanto belleza, en cuanto orden, en cuanto verdad universal, en cuanto poder y en cuanto amor y deleite. Del mismo modo en que el electrón parece conocer la mente del experimentador y se transforma a sí mismo para adecuarse al experimento, así también la conciencia parece conocer la sensibilidad estética del investigador y responde de un modo que le entrega a este la experiencia de sublime maravilla y deleite.

Podemos asociar este nivel de toma de conciencia con el Vignanamaya Kosha cósmico, un aspecto mental aún más sutil y superior del universo. En este nivel, se produce un florecer natural del conocimiento, al revelarse el

espíritu en la inteligencia clarificada del observador receptivo. Esto no involucra dogmas ni formas religiosas. Representa, simplemente, un paso hacia la trascendencia, como los que le precedieran, hacia un nivel superior de

toma de conciencia y que sigue, naturalmente, la dirección de la flecha disparada por el desarrollo histórico de la

ciencia misma.

En esta exposición hemos llegado ahora al estado actual de desarrollo del pensamiento científico, el cual, en gran parte, le es conocido sólo a unos pocos pensadores teóricos en este campo. Esto es lo más lejos a que nos puede conducir la ciencia, aunque, claramente, queda mucho más por recorrer en este trayecto que continúa, incluso apartándonos de la compañía de los métodos científicos.

Antes de adentrarnos en las regiones que se sitúan más allá del alcance de la ciencia, echemos un breve vistazo a lo que hemos aprendido hasta ahora en esta exploración de las épocas científicas que hemos revisado acá, en cuanto principales revoluciones de la concienciación asociadas con el Occidente, aunque vistas a través del encuadre místico de Oriente.

En primer término, hemos descubierto que el hombre que se identificaba primariamente con su cuerpo físico, se extravió en el momento en que se diera cuenta de su insignificancia frente a un frío e indiferente universo de dimensiones infinitas, en el cual este sistema solar y la tierra que forma parte de él, no ocupan sino un lugar muy poco importante. A continuación, el hombre descubrió las leyes naturales que entrelazan toda la materia y la energía, y se dió cuenta que formaba parte de una familia mucho mayor que incluye a todo el cosmos. Luego, el hombre descubrió el orden de progresión dentro del cual estaba inserto, una larga saga evolucionaria que había llevado , en todos los ámbitos del universo, desde la materia más simple a formas complejas, luego a la vida aquí en la tierra, a continuación al desarrollo de la mente y, por último, a la joya cumbre de la creación : el despertar de la concienciación y el corazón purificado del hombre autorrealizado. En la cuarta época, el hombre se dió cuenta que el mundo de la realidad objetiva era una ilusión y que las visiones más profundas dentro de su estructora no provenían del exterior, sino de su interior, en cuanto chispazos de inspiración que despertaban su facultad intuitiva, y de un orden y una unidad subyacentes, revelándose por muchas vías subjetivas en cuanto asombro, belleza y alegría.

Si podemos aceptar estas cuatro fases revolucionarias como representación del progreso del hombre occidental hacia el espíritu, pasando por el desarrollo de la ciencia, entonces podemos ver como el pensamiento occidental ha llegado hasta una senda convergente y concordante con las revelaciones de los Videntes Védicos de la India.

En estos desarrollos podemos reconocer la benevolente mano del director cósmico que orquesta un gran drama, en el cual el hombre se ha puesto a sí mismo en una calle sin salida, por medio de su ciencia y tecnología, mas en el cual también se ha preparado, gracias a esa misma ciencia, para recibir las enseñanzas del Avathar que se ha colocado en el centro de la escena para interpretar Su parte como maestro del mundo. Ahora, siguiendo esa luz guía, el hombre podrá llegar a realizar su propia verdad y, con ello, cumplir con su destino.
Sai

Esto nos lleva al próximo paso, el que aún se encuentra en su estado de simiente. Lo constituye la revolución Sai, la cual involucra una reeducación masiva del género humano siguiendo lineamientos espirituales. Esta revolución en la concienciación se asocia a Bhagavan Sri Sathya Sai Baba y al sistema de educación Sri Sathya Sai, con su énfasis en la Educación en Valores Humanos.

¿Cuál es esta filosofía de Sai, destinada a producir un tan poderoso impacto en el rumbo futuro de la civilización? Sai Baba declara que el hombre representa el mayor de todos los tesoros del universo y aboga por el estudio del hombre en cuanto la más grande de las investigaciones humanas, ya que él es el que puede conducir a la más elevada de las sabidurías y la más suprema de las venturas que jamás podrían experimentarse. En efecto, esta filosofía vuelve al hombre a su sitio natural : el centro; mas el enfoque no es aquí el hombre en cuanto ser psicofísico, sino en cuanto la más alta manifestación del espíritu. La premisa básica de esta revolución en la concienciación, es que sin que importe cuales sean las circunstancias ni la posición de uno en la vida, no existe don más grande que el nacer como ser humano, porque el humano es el único ser, ya sea en este o en cualquier otro mundo, que posee la facultad de poder llegar a conocer plenamente la verdad acerca de sí mismo; y, que, cuando llega a conocer su propia verdad, conoce la verdad acerca de todo lo demás. Y, ¿cuál es esa verdad? Ella es que el espíritu, en cuanto pura calidad de ser, pura concienciación y bienaventuranza eterna, esa realidad conocida como Sat – Chit – Ananda, constituye la base inmovible e invariable de todo este universo, y le subyace a todas las formas y fenómenos cambiantes que experimentamos a través de nuestra mente y de nuestros sentidos.

Baba nos dice que si en vez de rebajar al hombre separándolo de su naturaleza esencial, le valoramos como la maravillosa piedra preciosa que es, enfatizando sus cualidades de nobleza y estimulándolas para que florezcan en su carácter, veremos como cambia su visión del mundo de manera dramática y como llega a ver todos los fenómenos del mundo y todas las ideas que conforman la herencia cultural de la humanidad, bajo una luz totalmente nueva. Cuando despiertan nuestras facultades intuitivas y se purifian nuestros corazones, comenzamos a experimentar de manera directa al espíritu; descubrimos que impregna todos los campos del conocimiento y le reconocemos como la realidad subyacente que constituye la base misma de todo conocimiento.

Una vez encauzados por ese camino, ya no seguiremos separando nuestras experiencias en compartimentos seculares y espirituales. Desde este punto en adelante, toda experiencia pasa a ser espìritual, porque el espíritu es percibido en todo. Él es la única realidad y se revela a sí mismo como una dulce y omni-permeante presencia tras cada escena, irradiando en todo lugar belleza, verdad y orden, amor, poder y deleite. Cada encuentro humano, cada experiencia, cada tema de conocimiento, cada proceso, cada nombre y forma, se verán en la perspectiva de aquella realidad, todos serán ventanas por las cuales entrará radiante la luz del espíritu. En nuestro proceso educativo, no sólo desarrollamos el intelecto, sino también una toma de conciencia refinada a la

luz de la cual llega el conocimiento de la mente purificada y sensibilizada, la calidad de ser que constituye la raíz invisible de nuestro mundo fenoménico. Bhagavan ha dicho que este tipo de educación podrá asentarse sólo en una

personalidad integrada, en la que fluyan libremente los manantiales de Sathya (Verdad), Dharma (Rectitud en la

conducta), Shanti (Paz), Prema (Amor) y Ahimsa (No Violencia).

Este nivel de concienciación en que percibimos en todas partes la presencia del espíritu, podemos asociarlo con el Anandamaya Kosha cósmico, el estrato de la bienaventuranza universal; aquí se llega a la cognición directa en cuanto Ananda o dicha, de la unidad que le subyace a toda diversidad. La bienaventuranza o dicha representa una intensa experiencia subjetiva de alegría sin merma. El término de subjetivo referido a una intensa experiencia interna, viene a ser el único apropiado para describir al universo a este altísimo nivel de sutilidad, porque aquí ya no está configurado por objetos y ni siquiera por ideas; a este nivel, el mundo, tal como lo conocemos, habrá desaparecido y, según nos lo han revelado los sabios realizados, la experiencia que resta no puede sino ser descrita como una alegrýa y un gozo incesantes. Aquí el ser individual se ha volcado hacia su interior, se habrá perdido por completo y habrá sido absorbido en el 'sí mismo' verdadero, el Atma inmortal, que se revela ahora como dulzura y amor absolutos. De aquí en adelante, Dios, el hombre y la naturaleza se disolverán conjuntamente, como en el caso de los helados de distintos sabores y colores que se disuelven sobre la lengua, dejando tras de sí únicamente el dulce sabor del puro goce. Una vez que es conocido el Sí Mismo Eterno, estaremos inalterablemente establecidos en la Concienciación de Dios. Desde ese momento en adelante, se desvanecen todas las distinciones y nos damos cuenta que todo lo que existe no es sino una realidad suprema, que no es descriptible sino como dicha sin fin.

Según enseña Baba, los siguentes son los tres pasos que conducen al despertar espiritual del hombre :

-- Primero habrá que estimular las fuentes de verdad, rectitud, paz, amor y no violencia que se ocultan en cada hombre, para que florezcan en su carácter. Al desarrollarlas, cultivaremos todas las nobles cualidades que configuran al verdadero ser humano.

-- A continuación, aquel espíritu que sabemos presente en todo lugar, iluminando todo lo que llamamos el mundo fenoménico, habrá de ser vivenciado ahora, directamente, en la mente purificada. Con este objetivo practicamos el desapego y la discriminación, y desarrollamos nuestra fe y nuestra devoción hasta que el espíritu se convierta en nuestro compañero constante, recordado en cada fenómeno que se presente ante nuestra experiencia de vigilia.

-- Entonces estaremos preparados para el ascenso espiritual final que representa la culminación de nuestro viaje, en donde experimentaremos en forma directa al espíritu en cuanto nuestra propia realidad, el 'sí mismo' eterno.

Para alcanzar este nivel habremos de eliminar paso a paso todas las capas superpuestas que han velado nuestra verdad, hasta descubrir, finalmente, que el bienamado, el Señor que mora en nuestro interior, es nuestro verdadero 'sí mismo' interno; y que él es el único 'sí mismo' verdadero en todos, el mismo espíritu que se nos revelara previamente como la alegría que experimentáramos en nuestras exploraciones y descubrimientos y el amor que sentíamos cuando nos dábamos cuenta de nuestra conexión con todo y con todos en este vasto mundo.

A medida que nos vamos adentrando más profundamente en la senda espiritual, encontraremos que el mundo se nos aparece cada vez menos objetivo y que, en cambio, se va convirtiendo en un reflejo de nuestra propia visión interior. A medida que espiritualizamos nuestra óptica y el amor va convirtiéndose en nuestra invariable experiencia interior, este amor también vuelve a nosotros en nuestra visión exterior. La naturaleza no es sino una apariencia proyectada por la mente sobre el espíritu. Cando la mente cesa en su actividad, entonces el espíritu, que es la realidad única, se revela a sí mismo como puro amor y ventura. Entonces habrá terminado el largo sueño y quedará sólo el dulce ser, el puro yo.

La explosión de información que se ha producido en el siglo pasado y que ha puesto al alcance del hombre común todo el mundo de la antigua sabiduría del Oriente, el desarrollo progresivo en la filosofía de la ciencia en Occidente, como se lo ha perfilado en estas líneas, y la urgencia por lograr una nueva visión del mundo ante la amenaza de una catástrofe mundial, son todos factores que apuntan hacia una oportunidad única en la historia de la raza humana para un gran movimiento espiritual en favor de la unidad de la concienciación. Baba mismo nos ha dicho ahora que la voluntad divina ha resuelto llevar a todo el género humano hacia la trascendente toma de conciencia del espíritu. Dice : "Cada cual ha de desarrollar los valores superiores y ha de considerarse como el Atma. La misión para la cual he venido es la de darle a conocer a todos este Atma-dharma. Voy a atraer a todas las gentes hacia Mí, porque todos son Míos y Yo soy todos ellos. Entonces comenzaré a enseñarles y a instruirles hasta que se hayan liberado por completo del ego. Por muchos años lo he hecho en base a dulzura, bondad y paciente persuación. De aquí en adelante, todo será distinto. Les arrastraré hasta acá, les pondré sobre una mesa y les operaré. Mi amor es el que Me impulsa a salvarles, a abrir sus ojos, antes de que se suman más profundamente en el pantano."

¡Qué maravillosa promesa es esta que nos hace el dulce Señor de Parthi, el rescatarnos a todos del atolladero en que nos encontramos y conducirnos de regreso al hogar, hacia nuestro ser inmortal, la realidad única que Él encarna y que también somos nosotros. Y allí, dentro de nosotros, Él revelará el Ananda que hemos estado buscando en aquellas innumerables formas que hemos ocupado y descartado durante la negra noche de nuestra ignorancia . . . no habiendo llegado nunca a conocer nuestra propia verdad ni la de este maravilloso universo . . . el que siempre ha sido y será para siempre nada más que nuestro bienaventurado 'yo mismo' .

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Traducción de Herta Pfeifer

Santiago, septiembre 1987

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